Como ocurre en muchas enfermedades neurodegenerativas, la mayoría de los pacientes con enfermedad de Alzheimer desarrollan los primeros síntomas de la enfermedad a una edad avanzada (por encima de los 65 años). De hecho, el principal factor de riesgo para el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer es la edad. Una de las principales consecuencias de la edad sobre las células es la acumulación de diferentes tipos de daño producido por especies reactivas de oxígeno (ERO o ROS, que son sus iniciales en inglés). Estas moléculas altamente reactivas derivan de procesos metabólicos y pueden dañar las macromoléculas de las células, como los lípidos, las proteínas, el ADN y el ARN, a través de un mecanismo conocido como stress oxidativo. Las células del organismo, incluidas las neuronas del sistema nervioso central, disponen de diversos sistemas de reparación molecular que en condiciones normales permiten mantener un equilibrio (homeostasis) entre el daño y la reparación de sus macromoléculas. Cuando se rompe ese equilibrio, p. ej., en cuanto al daño oxidativo del ADN, se producen procesos patológicos como la senescencia (envejecimiento) celular, mutaciones genéticas, y muerte celular (apoptosis). Las neuronas son especialmente vulnerables a este tipo de daño porque, a diferencia de otras células (como p. ej., las de la piel, el tubo digestivo o la sangre) no se renuevan a lo largo de la vida del organismo. La principal vía para la reparación del daño oxidativo del ADN es el sistema de escisión de bases (BER, por sus iniciales en inglés). En este sistema participan diversos enzimas, como OGG1, APE1, Polβ (polimerasa de ADN) y PARP1.
El presente estudio, publicado en mayo de 2016 en la revista Molecular Brain, se realizó con el objetivo de explorar la expresión de estos enzimas (mediante análisis cuantitativo del ARN mensajero y de las proteínas) en la sangre y en el tejido cerebral de pacientes con enfermedad de Alzheimer, de personas sanas (controles) y de personas con deterioro cognitivo ligero, un estado que en muchos casos precede al desarrollo de la demencia. Los investigadores, pertenecientes a diversos centros de la Universidad de Oslo, Noruega, estudiaron 166 muestras de sangre procedentes de una cohorte noruega (que incluía sujetos con demencia, con deterioro cognitive ligero y cognitivamente sanos), y muestras de tejido cerebral (51 sujetos) de pacientes con enfermedad de Alzheimer y controles. Todos los enzimas mostraron unos niveles más elevados en tejido cerebral que en la sangre, y se detectaron diferencias significativas entre los distintos grupos de sujetos, específicas para cada proteína. Un aspecto especialmente interesante de los resultados obtenidos es que las alteraciones observadas permitían diferenciar las fases más tempranas de la enfermedad, por lo que este conjunto de proteínas puede incorporarse al creciente conjunto de biomarcadores con los que se pretende detectar la patología de Alzheimer antes de que se manifieste clínicamente.
Todas las muestras de tejido del estudio, correspondientes a cuatro regiones cerebrales, fueron cedidas por el Banco de Tejidos CIEN.
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